Hermenéutica y Análisis del Discurso
como Método de Investigación Social
Miguel Martínez Miguélez
RESUMEN
La intención de este artículo es exponer brevemente la importancia que tiene conocer el proceso hermenéutico que sigue nuestra mente en cualquier estrategia de investigación. Se precisa que este proceso le es natural al ser humano en todo intento de conocer las realidades con que convive, ya sea utilizando textos orales o escritos, analizando sus conductas o estudiando los gestos de cualquier naturaleza que expresan su vida. Igualmente, se señalan las reglas o cánones que han sido descubiertos por los autores más destacados en el área con el fin de facilitar el proceso hermenéutico. En la segunda parte del artículo, se procede de igual forma, pero centrándose en todo lo que es específico del análisis del discurso.
ABSTRACT
The purpose of this article is to shortly expose the importance that the knowledge of the hermeneutic process, followed by our mind in any investigation strategy, has. It affirms that this is a natural process in all human beings in their intent of knowing the realities with which they cohabit, either using oral texts or writings, analyzing their behaviors or studying the expressions of any nature that their life manifest. Equally, it points out the rules or canons that have been discovered by the most outstanding authors in the area, with the purpose of facilitating the hermeneutic process. In the second part of the article, a similar procedure is used, but this time it is centered in all that is specific of the analysis of the speech.
Toda ciencia encierra un componente hermenéutico...
Mal hermeneuta el que crea que puede o debe quedarse con la última palabra.
Hans-Georg Gadamer
1. La Hermenéutica como Arte de Interpretar
El método básico de toda ciencia es la observación de los datos o hechos y la interpretación (hermenéutica) de su significado. La observación y la interpretación son inseparables: resulta inconcebible que una se obtenga en total aislamiento de la otra. Toda ciencia trata de desarrollar técnicas especiales para efectuar observaciones sistemáticas y garantizar la interpretación. De esta forma, la credibilidad de los resultados de una investigación dependerá del nivel de precisión terminológica, de su rigor metodológico (adecuación del método al objeto), de la sistematización con que se presente todo el proceso y de la actitud crítica que la acompañe.
La ciencia tradicional –junto con sus objetivos, métodos de investigación y criterios de validación– no satisface los requerimientos y la crítica de la epistemología actual, pues contiene graves insuficiencias y errores en su adecuación al alto nivel de complejidad de toda realidad específicamente humana.
En el siglo xix, varios autores hicieron familiar el término “hermenéutica”; sin embargo, este vocablo tiene una historia mucho más larga: proviene del verbo griego hermeneuein, que quiere decir “interpretar”. Algunos autores relacionan este verbo con el nombre del dios griego Hermes, el cual, según la mitología, hacía de mensajero entre los demás dioses y los hombres, y además les explicaba el significado y la intención de los mensajes que llevaba.
En la investigación tradicional siempre se ha utilizado la hermenéutica (arte de interpretar) en un capítulo final, generalmente titulado “interpretación de los resultados” o “discusión de los resultados”, en donde se pregunta el investigador qué significan en realidad esos resultados.
En ese capítulo, la hermenéutica aparece de manera explícita, pero en forma implícita está presente a lo largo de toda la investigación: en la elección del enfoque y de la metodología, en el tipo de preguntas que se formulan para recoger los datos, en la recolección de los datos y, por último, en el análisis de dichos datos; todos estos pasos implican actividad interpretativa. Por ello, podríamos decir que la actividad mental del ser humano se reduce a recibir estímulos visuales, auditivos, olfativos, etc., que, por su naturaleza, son ambiguos y amorfos, (o recuerdos de su memoria), y a ubicarlos en un contexto que le dé un posible sentido o significado.
En su forma explícita y directa, la actividad hermenéutica comienza en la cultura griega con las diferentes interpretaciones de Homero, y en la tradición judeocristiana ante el problema que plantearon las versiones diferentes de un mismo texto bíblico. ¿Cómo saber cuál era la versión verdadera, que había que aceptar y creer, y cuál la falsa, que había que desechar? Aquí la hermenéutica se valía de todos los recursos útiles: estudios lingüísticos, filológicos, contextuales, históricos, arqueológicos, etc. De los textos griegos y bíblicos, la hermenéutica pasó a las ciencias jurídicas y a la jurisprudencia y, poco a poco, a todas las demás ciencias humanas.
Dilthey –uno de los principales exponentes del método hermenéutico en las ciencias humanas– define la hermenéutica como “el proceso por medio del cual conocemos la vida psíquica con la ayuda de signos sensibles que son su manifestación” (1900). Es decir que la hermenéutica tendría como misión descubrir los significados de las cosas, interpretar lo mejor posible las palabras, los escritos, los textos, los gestos y, en general, el comportamiento humano, así como cualquier acto u obra suya, pero conservando su singularidad en el contexto de que forma parte.
De este conjunto de posibles realidades se desprende, asimismo, la posibilidad de un hecho: que de la interpretación realizada por críticos geniales o experimentados se deriven ciertas “reglas técnicas” o cánones (es decir, un método) capaces de ayudar a quienes no están tan dotados. Tal es la contribución que hicieron autores como Schleiermacher (1967), Dilthey (1900), Heidegger (1974), Gadamer (1984), Ricoeur (1969, 1971), Radnitzky (1970), Kockelmans (1975) y otros.
A principios del siglo xix, F. Schleiermacher criticaba la hermenéutica por su falta de unidad; afirmaba que “la hermenéutica, como arte de la comprensión, no existía como un campo general, sino como una pluralidad de hermenéuticas especializadas” (Palmer, 1969, p. 84).
Debido a ello, Schleiermacher (1967) estructuró un proyecto de hermenéutica universal y trató de formar una ciencia de la hermenéutica con una verdadera preceptiva del comprender que tuviera la autonomía de un método. Para él, todo lo que nos llega del pasado (historia, escritos, conductas, etc.) nos llega desarraigado de su mundo original y pierde, por lo tanto, su significatividad; por ello, sólo se puede comprender a partir de ese mundo, de su origen y génesis. Así, trató de integrar diferentes técnicas en un campo general unificado, y propuso una serie de principios básicos o cánones (contextuales y psicológicos), que servían para interpretar tanto un documento legal como un texto bíblico o uno de literatura.
El sistema general de interpretación que desarrolló tenía dos partes: una, compuesta de 24 cánones o reglas, se centraba en la gramática y ayudaba a descifrar el significado de las partes oscuras mediante referencia al contexto lingüístico, y otra, compuesta por cánones psicológicos, tomaba en cuenta la totalidad del pensamiento del autor. Lo que se trata de comprender –decía– no es sólo la literalidad de las palabras, sino también, y sobre todo, la individualidad del hablante o del autor. Por ello, la interpretación psicológica fue adquiriendo paulatinamente una posición de primer plano en su método. La interpretación psicológica trataba de entrar dentro de la constitución y personalidad completa del autor, era una recreación del acto creador (1967, III, pp. 355-364).
Para Schleiermacher, el principio del comprender era siempre moverse en un círculo, un constante retorno y vaivén del todo a las partes y de éstas al todo, una descripción dialéctica polar, pues considera la individualidad como un misterio que nunca se abre del todo, y el problema mayor radica en la “oscuridad del tú” y “porque nada de lo que se intenta interpretar puede ser comprendido de una sola vez” (1967, I, p. 33). La interpretación debe, además, tratar de comprender a un autor mejor de lo que él mismo se habría comprendido, fórmula con la cual quiere decir que el intérprete tiene que hacer conscientes algunas cosas que al autor original pueden haberle quedado inconscientes.
Las ideas y principios de Schleiermacher fueron decisivos en el progreso de la hermenéutica.
Wilhelm Dilthey fue el teórico principal de las ciencias humanas, el primero en concebir una epistemología autónoma para ellas. En su famoso ensayo de 1900, Entstehung der Hermeneutik (Origen de la hermenéutica), da un paso importante y definitivo más allá de Schleiermacher: sostiene que no sólo los textos escritos, sino toda expresión de la vida humana es objeto natural de la interpretación hermenéutica; señala, asimismo, que las operaciones mentales que producen el conocimiento del significado de los textos –como se describen en las reglas hermenéuticas– son las mismas que producen el conocimiento de cualquier otra realidad humana. Por ello, el proceso hermenéutico del conocer se aplica correctamente a cualquier otra forma que pueda tener algún significado, como el comportamiento en general, las formas no verbales de conducta, los sistemas culturales, las organizaciones sociales y los sistemas conceptuales científicos o filosóficos. Así, Dilthey convierte a la hermenéutica en un método general de la comprensión.
Ya que el significado de las acciones humanas no siempre es tan evidente, se hacen necesarias ciertas normas, reglas o técnicas que ayuden a hacerlo más patente y claro. De ese modo, la hermenéutica se convierte en un método de sistematización de procedimientos formales, en la ciencia de la correcta interpretación y comprensión.
Dilthey integra en esta crítica los procedimientos de la hermenéutica anterior a él: ley del encadenamiento interno del texto, ley del contexto, ley del medio geográfico, étnico, social, etc.
La técnica básica sugerida por Dilthey es el círculo hermenéutico, que es un “movimiento del pensamiento que va del todo a las partes y de las partes al todo”, de modo que en cada movimiento aumente el nivel de comprensión: las partes reciben significado del todo y el todo adquiere sentido de las partes. Evidentemente el círculo hermenéutico revela un proceso dialéctico que no debe confundirse con el “círculo vicioso” de la lógica, en el cual una cosa depende totalmente de otra y ésta, a su vez, de la primera; el círculo hermenéutico es, más bien, un “círculo virtuoso”.
En el contenido de sus obras, Dilthey insiste cada vez más en la noción de estructura en cuanto permite captar en una totalidad la coherencia de los diversos elementos, en función esencialmente de su finalidad consciente e inconsciente; y busca una ciencia de las realidades humanas que produzca un conocimiento cierto y objetivo, es decir, verificable de manera intersubjetiva, consciente de que hay grados de verdad y que a ella sólo se llega por aproximación.
Los positivistas declararon que el conocimiento debía derivarse de la “percepción” sensorial, como una manifestación de los objetos físicos trasmitida por el aparato sensorial a la conciencia. Dilthey dice que “en las venas del sujeto conocedor que construyeron Locke, Hume y el mismo Kant no corre verdadera sangre” (en: Polkinghorne, 1983, p. 309). Por eso, hace hincapié en que hay otro tipo de experiencia “perceptual” y es la que deben usar las ciencias humanas. Nosotros –afirma (1951)– no sólo reconocemos los objetos físicos, también reconocemos su significado. No sólo vemos manchas negras en un libro, también percibimos el significado de ese escrito; no sólo oímos los sonidos de la voz humana, también captamos lo que significan; no sólo vemos movimientos faciales y gestos, también percibimos intenciones, actitudes y deseos. La comprensión de los significados es un modo natural de entender de los seres humanos.
Martín Heidegger (1974) fue el filósofo que más destacó el aspecto hermenéutico de nuestro conocimiento, oponiéndose a la metáfora del espejo que había invadido la cultura occidental. Para Heidegger, la hermenéutica no es un método que se puede diseñar, enseñar y aplicar, más tarde, por los investigadores. Sostiene que ser humano es ser “interpretativo”, porque la verdadera naturaleza de la realidad humana es “interpretativa”; por tanto, la interpretación no es un “instrumento” para adquirir conocimientos, es el modo natural de ser de los seres humanos. Todos los intentos cognitivos para desarrollar conocimientos no son sino expresiones de la interpretación, e incluso, la experiencia se forma a través de interpretaciones sucesivas del mundo (Polkinghorne, 1983, p. 224).
Heidegger piensa que no existe una “verdad pura” al margen de nuestra relación o compromiso con el mundo; que todo intento por desarrollar métodos que garanticen una verdad no afectada o distorsionada (es decir, puramente “objetiva”) por los deseos y perspectivas humanos, está mal encaminado; asimismo, condena como “abstracción” todo intento de separar al sujeto de su objeto de estudio para conocerlo mejor; y agrega que los seres humanos conocemos a través de la interacción y del compromiso.
Cercana al pensamiento de Heidegger, se encuentra la filosofía de Hans-Georg Gadamer. Su obra maestra es Verdad y Método (1984, orig. 1960). Gadamer piensa que no podremos nunca tener un conocimiento objetivo del significado de un texto o de cualquier otra expresión de la vida psíquica, ya que siempre estaremos influidos por nuestra condición de seres históricos: con nuestro modo de ver, con nuestras actitudes y conceptos ligados a la lengua, con valores, normas culturales y estilos de pensamiento y de vida. Todo esto aproxima al investigador a cualquier expresión de la vida humana, no como la famosa tabula rasa de Locke, sino con expectativas y prejuicios sobre lo que pudiera ser el objeto observado. Debido a ello, la interpretación implica una “fusión de horizontes”, una interacción dialéctica entre las expectativas del intérprete y el significado del texto o acto humano.
En términos de la psicología de la Gestalt, aunque no siempre, diríamos que la realidad exterior tiende a sugerirnos la figura, mientras que nosotros le ponemos el fondo (contexto, horizonte, marco teórico). Desde este punto de vista, continúa Gadamer, no existe algo que podamos llamar la correcta interpretación. Sin embargo, él no pretende sustituir, y menos aún eliminar, los procedimientos metodológicos (hermenéutica) utilizados en la investigación, sino explorar las dimensiones subyacentes en que se da la interpretación y la comprensión de las realidades estudiadas.
Entre los escritores contemporáneos, Paul Ricoeur (1969, 1971) es el autor más importante que propone a la hermenéutica como el método más apropiado para las ciencias humanas. Muchos otros científicos sociales han tratado de adaptar su metodología hermenéutica a la antropología y a la sociología. Ricoeur estudió de manera profunda las ideas más perennes y trascendentes y los aportes más valiosos de la fenomenología, del psicoanálisis, del estructuralismo, de las teorías del lenguaje y de la acción, y de la hermenéutica. Con todas estas contribuciones ha pretendido estructurar una metodología para el estudio de los fenómenos humanos. Su labor no termina en un eclecticismo, como cabría esperar en estos casos, sino que unifica e integra los diferentes aportes, de acuerdo con los requerimientos propios de las ciencias humanas. Una de sus contribuciones más valiosas (1971) es el desarrollo del “modelo del texto” para comprender el significado de la acción humana; ésta es como un escrito literario, por tanto se puede “leer” como un texto, con los mismos criterios, para comprender a su autor, es decir, para captar el significado que éste puso en él.
Ricoeur piensa, además, que la investigación de la acción humana no puede proceder como si su autor fuera completamente consciente de lo que ella significa. Sus estudios acerca de Freud le enseñaron que los procesos conscientes a veces encubren o disfrazan las razones que tiene una persona para actuar de una determinada manera. Así, la introspección, como toda técnica que de una u otra manera se base en ella (encuestas, cuestionarios, etc.), deberá ser complementada con una buena interpretación.
Ricoeur, como Gadamer y Dilthey, también valora la importancia que tiene el contexto social. Una buena investigación deberá ser estructural: enfocará los eventos particulares ubicándolos, tratando de entender el amplio contexto social en que se dan. También aquí hay un movimiento dialéctico entre el caso singular y el todo social. La etapa de análisis estructural –que es una etapa necesaria– ayudará a dar el justo peso a la influencia del ambiente en la determinación de la acción humana.
Gerard Radnitzky (1970) propone siete reglas generales (cánones) que se circunscriben dentro de la teoría y la técnica propias de la hermenéutica de los autores más renombrados en este campo, cuyas ideas resumen e integran. En toda la exposición está siempre presente la analogía entre el texto escrito (como expresión de un tipo de acción humana) y la acción humana en general. Los cánones generales de su técnica hermenéutica quedarían integrados en las siguientes reglas:
a) Utilizar el procedimiento dialéctico que va del significado global al de las partes y viceversa, es decir, el llamado círculo hermenéutico. Este procedimiento produce una ampliación del significado, al estilo de círculos concéntricos que amplían la unidad de significado captada con anterioridad (Gadamer, 1984).
b) Preguntar, al hacer una interpretación, qué es lo que la hace máximamente buena (en el sentido del concepto de “buena gestalt” o “buena configuración” de la psicología de la Gestalt) o qué es lo que la hace “razonable”.
c) Autonomía del objeto: el texto debe comprenderse desde adentro, es decir, tratar de entender lo que el texto dice acerca de las cosas de que habla, entendiendo al texto en sí y a los términos en el sentido en que son usados dentro del texto. El mismo procedimiento se utilizaría al interpretar la acción humana. Ésta es, sobre todo, la posición que asume E. Betti en su elaborada teoría de la interpretación (1980).
d) Importancia de la tradición: de las normas, costumbres y estilos que son anteriores al texto en sí y que dan significado a ciertos términos primitivos. Este punto hace hincapié en el aspecto opuesto y complementario del anterior.
e) Empatía con el autor del texto (acción), en el sentido de ponerse imaginariamente en su situación para comprenderlo desde su marco interno de referencia. Esto implica familiaridad con la temática específica en cuestión, con el mundo y la vida del autor, y con las tradiciones que influyeron en él.
f) Contrastar la interpretación provisional de las partes con el significado global del texto (o de la conducta de la persona) como un todo, y posiblemente con otros textos afines del mismo autor (el comportamiento en circunstancias similares). Esto hará que los resultados de la interpretación sean “razonables” al máximo, no sólo “consistentes” lógicamente, sino también “coherentes” y sin “disonancias cognitivas”.
g)Toda interpretación implica innovación y creatividad. Según un viejo aforismo hermenéutico, “toda comprensión debe ser una mejor comprensión que la anterior”; de este modo, al comprender un texto o acción humana debemos llegar a comprenderla, en cierto modo, mejor que su autor (pues, el autor o actor no son siempre plenamente conscientes de muchos aspectos implícitos que implican sus obras o acciones); esto sería posible en el sentido de que son analizados desde otros puntos de vista, los cuales enriquecen su descripción o comprensión.
2. Análisis del Discurso
2.1 La Semiótica como Disciplina Metodológica
El objetivo fundamental de la gran familia de técnicas de análisis textual, que forman el Análisis del Discurso o de Texto, el Análisis de Contenido, el Análisis de la Conversación y otros análisis de textos, es describir la importancia que el texto hablado o escrito tienen en la comprensión de la vida social. Todas estas técnicas –a las cuales nos referiremos bajo el único nombre de “análisis del discurso”– las enfocamos aquí en su vertiente epistemológica postpositivista, es decir, en su vertiente más reciente que comparte una orientación cualitativa y hermenéutica.
Las Ciencias Humanas, en general, y las Ciencias Sociales, en particular, siempre requieren el análisis de documentos escritos, interpretación de fragmentos de lenguaje o de intervenciones orales, ya que sus explicaciones teóricas se expresan en una perspectiva comunicacional y de lenguaje, que requiere, a su vez, construir definiciones precisas, acuñar conceptos y términos, desconstruir los ya existentes y, en general, manejar muchas operaciones de pensamiento vinculadas a estructuras lógico-lingüísticas (Padrón, 1996).
Los diversos modos de expresividad humana se organizan como lenguajes, entendiendo este concepto en su sentido amplio. Así, un sistema de formas expresivas incluiría no sólo el lenguaje verbal, sino también los gestos que desarrolla una cultura, los estilos artísticos, las formas de vestir, los juegos, y todo lo que es fruto de la actividad humana. Son estas formas expresivas las que nos permiten establecer relaciones intersubjetivas y hacen posible la interacción social. Sin embargo, aquí, sólo nos centraremos en lo que se considera el medio más poderoso de expresión humana: el lenguaje verbal, ya sea oral o escrito; pero, como el análisis de las expresiones orales se realiza normalmente a partir de trascripciones escritas de las mismas, el investigador que estudia las expresiones verbales trabaja usualmente sobre textos.
El núcleo de estudio de todo análisis textual está en el siguiente hecho: el estudio no se refiere al texto en sí, a algo que esté dentro del texto, sino a algo que está fuera de él, en un plano distinto, es decir, a lo que el texto significa, a su sentido y significado.
Desde la obra de C.W. Morris (1938) en que investigó el significado semántico y lingüístico de los símbolos, se distinguen tres niveles en esta disciplina: el sintáctico, el semántico y el pragmático. El sintáctico estaría constituido por la forma o superficie del texto (lo material del mismo), mientras que aquellas realidades de índole semántica y pragmática constituirían el “contenido” del texto. De esta forma, el Análisis de Contenido o el Análisis del Discurso tendrían por finalidad establecer las conexiones existentes entre el nivel sintáctico de ese texto y sus referencias semánticas y pragmáticas; dicho en forma más simple, el investigador se pregunta qué significación tiene o qué significa ese texto. Actualmente, los tres niveles (sintáctico, semántico y pragmático) forman la semiótica, que es considerada como la disciplina metodológica que tiene por fin la interpretación de los textos-discursos.
También conviene aclarar un poco la diferencia entre lo que ordinariamente se entiende por Análisis de Contenido y Análisis del Discurso. Se trata, más bien, de una diferencia de grado. El primero aborda sobre todo un análisis desde el punto de vista sintáctico y menos desde el punto de vista semántico y pragmático; el segundo va en la línea contraria, y se adentra en el uso de teorías interpretativas para realizar su misión, como podrían ser, por ejemplo, la orientación psicoanalítica, ciertas clases de marxismo o determinadas formas de estructuralismo, etc., como marco interpretativo (Navarro y Díaz, 1998).
Ciertamente, las perspectivas teóricas que adopte el investigador jugarán un papel preponderante en su interpretación del texto; por ello, es imprescindible una atinada fundamentación epistemológica de su opción teórica. Sin embargo, lo esencial de todo análisis de un texto estará constituido por la determinación cuidadosa de las conexiones existentes entre el nivel sintáctico del texto y sus niveles semántico y pragmático, es decir, por los nexos o relaciones que tenga el texto, gramatical y sintácticamente, con los significados o sentidos que se le están atribuyendo (semántica) y con los intereses y objetivos específicos que persigue el investigador (pragmática). Todo esto exige, evidentemente, una actitud por parte del investigador, si no neutral (ya que es imposible), por lo menos básicamente libre de presupuestos encadenantes, ya sea que provengan de un marco teórico o conceptual restringido (esa suerte de filtro epistemológico que constriñe el conjunto de interpretaciones posibles), o de variables e, incluso, de hipótesis preestablecidas.
El objetivo básico del análisis del texto es la producción de un meta-texto en el que se presenta el corpus textual de manera transformada, operada a través del uso de reglas definidas, y que debe ser teóricamente justificada por el investigador por medio de una interpretación adecuada. Así, el análisis del texto ha de concebirse como un procedimiento destinado a desestabilizar la inteligibilidad inmediata de la superficie textual, mostrando sus aspectos no directamente intuibles y, sin embargo, presentes (Navarro y Díaz, 1998).
2.2 Estrategias de Investigación
Toda investigación rigurosa se organiza en torno a una estrategia básica que articula sus componentes esenciales, es decir, sus medios y fines. Igualmente, todo el proceso metodológico está determinado –como ya señaló Aristóteles– por la naturaleza del objeto de estudio; pero esa naturaleza no puede prescindir del objetivo que queremos lograr con la investigación, pues toda investigación es una actividad motivada en última instancia por razones pragmáticas.
Los textos a ser analizados, lo que ordinariamente se llama el “corpus textual”, pueden formar un todo o ser parte de un todo. Pueden existir antes de la investigación o ser producidos como primera parte de la misma. En este caso, pueden ser generados por medio de entrevistas en profundidad, grupos de discusión, respuestas abiertas a cuestionarios, ensayos o de alguna otra forma. En todo caso, ese conjunto de textos viene acompañado por cierta información adicional extratextual sobre sus autores, contexto de producción de los textos, etc.
El primer paso de la fase de análisis comienza por establecer las unidades básicas de relevancia y de significación, que el investigador se propone extraer del texto. Estas unidades o segmentos textuales suelen llamarse unidades de análisis o unidades de registro, y están compuestas por conjuntos de palabras, conjuntos de frases, o conjuntos de párrafos, que tienen o exhiben una idea central unitaria, y pueden estar subsumidas en otras más amplias.
El paso siguiente, lo constituye la categorización de cada unidad de análisis o de registro. Categorizar una unidad es ponerle un nombre breve (con una o pocas palabras) que sintetice o resuma el significado de la unidad. Varias categorías menores (subcategorías) pueden integrar una mayor (como subespecificaciones de ciertas categorías de orden superior), así como las ramas menores de un árbol forman una mayor. Y varias categorías mayores pueden relacionarse entre sí de diversas formas, constituyendo una estructura, no tanto estática cuanto dinámica (el árbol completo). La determinación de esta estructura nos permitirá identificar la realidad subyacente que ha permitido la aparición de los “datos” que estamos analizando.
En el lenguaje del “análisis del discurso”, se suele decir que varias unidades de análisis o de registro suelen referirse a las unidades de contexto, las cuales constituyen un marco interpretativo o estructura mayor, pero que no incluye el corpus textual en su totalidad, el documento completo.
Un aspecto que conviene enfatizar es el siguiente: frecuentemente, muchos investigadores parten de un conjunto de categorías ya existentes en el área de su investigación; estas categorías preestablecidas pueden mutilar la creatividad, inventiva e innovación del investigador, especialmente en el estudio de aquellos fenómenos nuevos o mal conocidos. Por todo ello, se le aconseja crear sus propios esquemas categoriales, es decir, permitir que las categorías emerjan de las unidades de análisis estudiadas o, por lo menos, si se utilizan categorías ya existentes, hacerlo en sentido provisional, hasta que no se compruebe que esas categorías son las mejores para representar las unidades correspondientes.
En el análisis de textos, todo el trabajo del investigador consistirá en esclarecer los textos en sus tres niveles de comunicación: sintáctico, semántico y pragmático. Aunque sabemos que cualquier análisis destruye la unidad que forma el sentido real de la comunicación, el análisis nos permite el acceso, en un plano distinto, virtual, al sentido que se expresa en el texto; por ello, trataremos de ver un poco más concretamente en qué consisten estos tres esclarecimientos, que tienen por fin lograr la emergencia de ese sentido posible y latente en el texto.
El análisis del nivel sintáctico, ciertamente, puede generar y ofrecer varias clases de sentido. En efecto, la riqueza de vocabulario y variedad de palabras distintas, el uso en que se emplean, su co-ocurrencia, las figuras literarias, los tropos, las analogías, las formas y cocientes gramaticales, ciertos mecanismos lingüísticos (oraciones subordinadas, raíces verbales complejas, el uso de la voz pasiva, el uso de adjetivos, adverbios y conjunciones poco comunes, el elevado uso del pronombre personal “yo”, etc.) nos dicen muchas cosas sobre el autor de los textos y esclarecen la relación entre los medios y fines del lenguaje.
Por todo ello, en cualquier texto, se establece una vinculación entre el nivel sintáctico del texto y su nivel semántico, vinculación que puede ser de una complejidad asombrosa, como saben todos los lingüistas, ya que son muy numerosas las posibles combinaciones de los elementos sintácticos, aunque no todas resultan igualmente viables. El nivel sintáctico nos lleva al nivel semántico, es decir, al nivel de los significados, que es el que más nos interesa.
Bajo el punto de vista técnico, en el nivel sintáctico, es muy útil el uso de las palabras-clave, es decir, palabras dotadas de una carga semántica que se juzga interesante; el uso del computador resulta, hoy día, de una gran ayuda en su búsqueda y ordenamiento.
En el análisis del nivel semántico, que es el más importante, la atención del investigador deberá centrarse en el análisis temático, instrumentado generalmente por medio de los procedimientos categoriales. Según el método postulado por Osgood (1956, c.p. Navarro y Díaz, 1998), “el texto representa, en cierto modo, al sujeto que es su autor, de manera que un examen adecuado de la huella que el sujeto deja en la superficie textual puede permitir la inferencia de ciertas características de ese sujeto, (…) y lograr la medición de las actitudes del sujeto productor del texto con respecto a los objetos que aparecen expresados en el mismo” (p. 199).
Aunque esta idea de Osgood sería algo más bien ideal, ciertamente, el análisis profundo de un texto camina en esa dirección. Sin embargo, un análisis profundo también nos hará ver que un autor no siempre se manifiesta espontáneamente “tal como es”, sino que también puede utilizar, movido por intenciones no expresas, la mentira y la simulación, al igual que en su lenguaje puede estar usando la ironía o la hipérbole u otras complejas formas de lenguaje que exigen un profundo estudio de las relaciones de asociación y la utilización de los cánones y reglas de la hermenéutica más refinada.
En general, el proceso de interpretación y estructuración que sigue la mente humana es tan altamente complejo y veloz que los estudiosos de la Neurociencia actual lo consideran como una “trama encantada” (Sherrington). Por ello, no podemos precisar técnicas expresas y, menos aún, mecanismos precisos para realizar estas altas funciones de la dotación humana. En gran parte, más que de técnicas se trata aquí de una práctica que raya en el arte.
En el nivel pragmático, el análisis del discurso sigue de cerca la orientación influida por la “filosofía del lenguaje corriente” que le dio el Segundo Wittgenstein en sus “Investigaciones Filosóficas” (1969) con los llamados “juegos del lenguaje”. Ahí, los componentes expresivos individuales juegan a producir un efecto totalizador, donde se teje el sentido pragmático de una conversación o de un texto. El análisis del discurso es necesariamente el análisis del lenguaje en su uso, y el analista del discurso deberá investigar para qué es usado ese lenguaje, pues tiene y cumple una función que, a veces, es muy específica, y se mezcla con el modo de ser cultural propio de cada grupo humano. En este sentido, la comunicación tendría un sentido primordialmente instrumental y estaría al servicio del objetivo que busca el comunicador.
Wittgenstein afirma que para comprender una sentencia hay que comprender las circunstancias, pasadas y presentes, en que la sentencia es empleada; que hay que identificar los usos, las prácticas y los propósitos con que son usadas las palabras y las expresiones en la vida diaria; que “las palabras tienen su significado sólo en el flujo de la vida”. Los “juegos del lenguaje” de que nos habla Wittgenstein (1969, I, 23) incluyen prácticamente todas las actividades humanas. “No nos damos cuenta –dice– de la prodigiosa diversidad de todos los juegos del lenguaje cotidianos porque el revestimiento exterior de nuestro lenguaje hace que parezca todo igual” (II, 224). Su doctrina se apoya en la idea matriz de que las proposiciones forman sistemas, regidos por reglas gramaticales y sintácticas que han sido creadas arbitrariamente y aceptadas tácita o expresamente por la comunidad; por esto, son juegos. Piensa, igualmente, que un nombre o una expresión lingüística funcionan como tales sólo en el contexto de un sistema de actividades lingüísticas y no-lingüísticas; es como decir que sólo en el uso se puede explicar que una barra sea una palanca, o sea, que el sentido de una oración está determinado por las circunstancias en las que es proferida y el juego de lenguaje al que pertenece.
Evidentemente, todas las expresiones del lenguaje no-verbal, de tipo sublingüístico o paralingüístico, como los silencios en la conversación, el tono y timbre de voz, las dudas y defectos de pronunciación, las pausas, la longitud de las frases, la repetición de palabras, etc., son elementos muy elocuentes que permitirán realizar inferencias y ayudarán a conocer mejor el estado anímico del comunicador y, por consiguiente, a precisar el significado de toda su comunicación.
Para formarnos una idea más precisa de lo que comunicamos “indirectamente” con nuestro lenguaje, veamos la explicación que nos da Briceño Guerrero (1966), refiriéndose a la comunicación entre latinoamericanos y peninsulares, o, incluso, entre miembros de un mismo grupo. Estas citas resumen muy bien, y mejor que cualquier explicación teórica, la compleja significación que puede estar encerrada en el interior de nuestro lenguaje. Sirven, por lo tanto, también como conclusión de este artículo.
Comunidad de lengua, pero no de experiencia lingüística
«Un portugués en el Brasil (o un español en cualquier país hispanoamericano) comprende claramente lo que se le dice, con excepción de los localismos, pues la lengua funciona como instrumento de comunicación; pero le queda la sensación de no haber captado algo que acompaña a lo dicho; le queda una impresión de extrañeza que puede transformarse en curiosidad o desconfianza (...). Inversamente, el latinoamericano comprende lo que dice el peninsular, pero no logra un ámbito de intimidad en la comunicación, siente que éste no reacciona ante implicaciones, sugerencias o alusiones de lo dicho y puede juzgarlo tonto o antipático» (pp. 176-177).
Predominio de la expresión sobre la objetividad
El ritmo acelerado de las modas verbales, el hablar en contrapunto de sentido y la necesidad de ser ingenioso, todo es uno bajo el rubro «predominio de la expresión sobre la objetividad». Importa más cómo se dicen las cosas que las cosas que se dicen. La palabra tiene que ser sonora, novedosa, chispeante. Tropos de calidad diversa se producen de día en día para calmar el prurito de quien “no se halla” con el canto rodado de las palabras usuales. «Obsérvese la profusión en el uso de comparaciones, metáforas, hipérboles y toda clase de pintoresquismos». Y, para citar ejemplos: «Las indicaciones numéricas no suelen referirse a una cuenta exacta. “Cuarenta policías” significa muchos, acaso diez o doce (...) Un estudiante se queja de que tiene que leer “como cuatrocientas páginas” para un examen; se trata en realidad de quince o veinte, pero él no miente ni intenta engañar a nadie, da expresión a su estado de ánimo y nos hace sentir su gran problema; si dijera “quince” o “veinte” no obtendría esos resultados. Recibimos carta de un amigo, nos reprocha que no le hayamos escrito durante siete meses, hace sin embargo referencia a una carta nuestra de hace tres semanas; no se nos ocurre mostrarle su error porque no se ha equivocado: quiere decir y entendemos que estima altamente nuestra correspondencia y que le sería muy grato continuarla. De un hombre que domina cinco idiomas se dice que habla veinte con el objeto de expresar y comunicar el asombro despertado por el políglota. Etcétera ad infinitum» (ibíd., pp. 197-198).
Todas estas situaciones y complejidades forman parte del contenido, y, por ello, hay que tenerlas en cuenta para poder entender e interpretar adecuadamente el significado preciso de un texto oral o escrito.
Bibliografía
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